Cuentos de un Chairo.- La Seguridad llega con AMLO
#LaIVTransformaciónVa
Cada fin de semana vivimos la misma intranquilidad. Conocimos de siempre la responsabilidad que entraña el ser padres y aceptamos con gusto ese deber. Mi esposo y yo procuramos brindar todo el bienestar posible a nuestros hijos. Hemos platicado mucho como pareja, en un intento por encontrar los caminos saludables que brinden bienestar, seguridad y felicidad a quienes tanto amamos.
Hasta donde nos permiten las posibilidades, ponemos esfuerzo, tiempo y cariño para cumplir debidamente con nuestro encargo y el resultado hasta hoy, ha sido siempre satisfactorio. Pero existen situaciones que escapan a cualquier control implementado por la familia. Situaciones a las que se enfrenta un adolescente, un joven, que intenta adentrarse solo en escenarios nuevos, que constituyen también parte de la vida.
Hace nueve meses, mi hermana sufrió una pena enorme. La peor que puede sucederle a un padre. Su hijo menor, de tan solo diecinueve años cumplidos, murió asesinado al salir de una fiesta a la que asistió acompañada de su novia. Al parecer, se trató de un robo. Mi sobrino, por la inexperiencia propia de esa edad, se negaba a entregar las llaves de su carro a los delincuentes. Sin compasión alguna, le dispararon en dos ocasiones y se dieron a la fuga. Dos días después, mi sobrino fallecía en un área de terapia intensiva.
La familia quedó totalmente abatida y mi hermana y su esposo, destrozados. La vida nunca puede ser la misma, después de un acontecimiento de este tipo. Algo se rompe para siempre y no hay manera en que pueda recuperarse la dicha de vivir, enteramente.
Veo a mi hermana y sufro con ella, la acompaño, intento hacerle menos difícil el tránsito por una existencia que se encuentra rota en alguna parte muy íntima de su persona. La comprendo como hermana y como madre, pero sé que me está negado entrar en ese terrible infierno que significa la muerte de un hijo. Ese espacio oscuro, donde solo existe vacío absoluto.
Después de este lamentable episodio, comprendimos mi esposo y yo, que la seguridad de las personas en nuestro país, es bastante deficiente. Uno escucha noticias en la televisión, en el radio, lee información en los diarios, donde se habla permanentemente de esta escalada de violencia en todo el país, sin dar mayor atención al enorme problema que esto significa. La violencia, apreciada únicamente como noticia, se convierte en un momento determinado, en tragedia familiar irreparable, cuando nos toca personalmente. Solo bastan unos cuantos minutos, para que la normalidad que se vive dentro de casa, se afecte de la peor manera y para siempre.
De ahí vienen una serie de medidas que, en compañía de mi marido, adoptamos como normas de conducta para nosotros mismos y para nuestros hijos. Ningún objeto ostentoso a la vista. No presumir de lo poco que podamos tener en casa. Salir a divertirnos con amigos de plena confianza. Estar siempre en contacto para conocer la ubicación de cada miembro de la familia. No acudir a lugares de riesgo, sobre todo en horas de la noche.
Esto es lo que podemos hacer en nuestra casa. Desafortunadamente, no es suficiente. Hace falta la participación del Estado, para frenar este episodio lamentable, donde el delito y los criminales, pueden estar a la vuelta de cualquier esquina.
Mi esposo me platica que la situación que hoy vive México, no se generó de la noche a la mañana. Fueron años de corrupción y coparticipación de las áreas de seguridad y gobierno con la delincuencia, lo que permitió que el orden social se alterara, hasta el nivel de deterioro que observamos hoy en día. No hay autoridad que verdaderamente enfrente al crimen organizado y a la denominada delincuencia común. Todo el aparato de seguridad se encuentra contaminado, en mayor o menor grado.
Por eso, me dice, la llegada de López Obrador al gobierno, significa un parteaguas de suma importancia, en lo que a seguridad se refiere. El triunfo que dimos a Andrés Manuel el primero de julio pasado, tiene esa finalidad: reencontrar al México que perdimos durante el neoliberalismo.
Ese trabajo es descomunal, pues implica reconocer que todo el tejido social en el país, se deterioró en los últimos 36 años. No hay trabajo digno, ni seguridad social. Hay más pobres, abandono total de nuestros jóvenes, feminicidios, desapariciones. Nada quedó de aquel país que se enorgullecía hace algunas décadas de su riqueza y de la paz que reinaba en todo el territorio.
Es cierto, pienso yo. De pequeña salía a la calle a jugar con las amigas, sin preocupación alguna. No había temor de nuestra parte, ni inquietud en nuestros padres. Mi esposo tiene razón. La tarea del presidente es enorme y está actuando con responsabilidad y tomando decisiones importantes. La violencia no se va a parar con más violencia. Por eso, me parece fabuloso que el ochenta por ciento de su proyecto para eliminar la criminalidad, esté dirigido a atender las causas que la provocan y el veinte por ciento restante, al control de quienes delinquen. Lo importante es romper el ciclo de tajo. Más educación, más empleo, mayores apoyos y oportunidades, eliminan los motivos y las causas que provocan la delincuencia.
Yo en lo personal me alegro de que los cambios de que hablo, sucedan en este momento. El trabajo no va a dar frutos de la noche a la mañana. Un país tirado al abandono, no se reconstruye de un día a otro, como pretenden los conservadores de siempre. Tardaron años en saquearlo y degradarlo y hoy reclaman una solución inmediata al nuevo gobierno. La Guardia Nacional ya es un hecho y dentro de poco tiempo, estará operando. Es otro mecanismo sólido dentro de la estrategia integral de seguridad.
A todos nos gustaría ver resultados rápidos, pero sé que eso es imposible. Es innoble exigir lo inalcanzable a quien está trabajando por una auténtica solución al problema.
Por eso hoy, mi esposo y yo, quedamos intranquilos cuando nuestros hijos salen a fiestas, de paseo o a compartir tiempo con sus amistades. El recuerdo de mi sobrino nos alcanza entonces y la preocupación no cesa, hasta el retorno de los muchachos. Es algo con lo que debemos vivir. Al menos en el corto plazo.
La seguridad que esperamos, vendrá del trabajo que, en forma permanente, realiza el gobierno del cambio. Hay total confianza en la Cuarta Transformación. Por eso dimos nuestro voto a Morena en su conjunto. Somos testigos de que las iniciativas presidenciales salen adelante y los programas avanzan en todos los frentes.
Me preocupan mis hijos y nada puedo hacer de inmediato, sino tomar medidas de seguridad en nuestra casa. Pero al mismo tiempo, hay una pequeña abertura hacia el futuro, donde es posible visibilizar ese país que se acerca lentamente, donde la violencia generalizada desaparece y donde mis hijos y sus futuros hijos, puedan disfrutar plenamente sus vidas, sin el temor de que alguien rompa sus sueños, en tan solo dos minutos de violencia.
No deseo para ellos el tormento de un sillón en el que se sufre en silencio, esperando el regreso de los seres queridos.
Estoy segura que hacia allá caminamos.
Malthus Gamba