Celos.- Un cuento de América Rubio


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La escena se había repetido una vez más. Había prometido cambiar, contenerse a tiempo para no arruinar las cosas nuevamente.

Pero era más fuerte que ella, más poderoso que cualquier promesa, que cualquier razonamiento al que pudiera acudir para superar el acceso de ira que la embargaba.

Por fin lo había desesperado y se había ido. Tomó sus cosas y salió, probablemente para siempre, del departamento y de su vida. Lo había fastidiado. Convirtió su relación en un infierno y hoy se quedaba sola a purgar en soledad su culpa. Todo era culpa suya y no lo iba a negar ahora.

Esas cuatro paredes que fueron, de inicio, el paraíso para la recién formada pareja, no tardaron en ser consideradas prisión, por parte de quien hoy la abandonaba.

Esto debía terminar así. Secretamente sabía desde el inicio, que el fracaso era la alternativa con más posibilidades de triunfo al final de la partida.

Siempre había sido de esa manera y en esta ocasión, no había motivos para que las cosas sucedieran en forma diferente. Dese pequeña le fue imposible contener sus celos. Recuerda como le dolía darse cuenta que el cariño de sus padres, tenía que compartirlo con el resto de sus hermanos.

Las caricias que prodigaba su mamá a cualquiera que no fuera ella, la mortificaban en forma desproporcionada. Sus hermanos sabían de su mal y la llamaban entre ellos "la envidiosa". Pensaban que se trataba de un disgusto por lo que pudieran tener ellos de manera personal, pero no era así. Jamás le sucedió eso con las cosas materiales. Es más, sentía satisfacción por los triunfos de los demás miembros de su familia.

Y sí dos o más de sus hermanos se llevaban bien entre sí, a ella le parecía la cosa más natural y no tenía problema alguno en aceptarlo así. Pero tratándose de sus padres era distinto. Nadie podía quererlos más que ella y tampoco era aceptable una demostración de cariño a otro, delante de ella.

Sus padres se daban cuenta del problema y trataban de aconsejarle, pero era en vano. Se trataba de una fuerza superior a ella. Más potente que cualquier razonamiento. Devoradora de su tranquilidad, cuando despertaba intempestivamente.

Vivió un tiempo de tranquilidad durante los años de escuela. No quiso especialmente a algún maestro, ni tampoco se aficionó a compañero o compañera en forma particular. Fue un tiempo de paz.

Incluso llegaron a pensar tanto su familia, como ella misma, que había conseguidos superar esa etapa. La presencia de Abraham los desengañó enteramente. Su primer novio era persona tranquila, afectuoso y sobre todo, paciente. La quería y el amor soporta muchas pruebas, antes de admitir una derrota.

Ella no podía soportar que platicara con alguna amiga, que mirara en dirección a otras mujeres. Fueron escenas terribles las que Abraham soportó pacientemente. Dando explicaciones que no tenía porque dar. Pidiendo disculpas incluso, por faltas que no había cometido. Pero todo tiene un límite y él encontró al suyo al final del tercer año de noviazgo. Le había propuesto matrimonio y lo único que le pedía a cambio, era confianza en su amor. Y ella no pudo dársela. Los celos incontrolables la dominaban siempre y él prefirió abandonar definitivamente, antes de dar el gran paso.

Sus hermanas y hermanos se fueron casando. Murió su padre y su madre después. Los cariños más entrañables se habían perdido. Ella continuó con su vida teniendo relaciones con distintos compañeros que no tardaban en decir adiós, cuando las escenas de celos se hacían parte lamentable de la vida en común.

Fueron pasando los años y las oportunidades de encontrar la felicidad compartida, se fueron haciendo más escasas. Quería ser dichosa al lado de alguien, pero no sabía cómo conservar una pareja a su lado. Los celos echaban todo a perder.

Conoció a Roberto por una amiga. Se lo presentaron en una fiesta donde acudían compañeros de trabajo. Ella se había fijado en él y apreciaba su seriedad y su trato respetuoso con todos. Especialmente con las mujeres. No era guapo, ni feo, pero tenía personalidad y causaba buena impresión de entrada. Leía bastante y su plática era interesante por lo mismo. Pocos temas le eran desconocidos y tenía una opinión personal sobre cada asunto.

Se prometió ser feliz esta vez. A Roberto le gustaba desde antes, según le confesó más adelante. Así que el noviazgo comenzó casi de inmediato. Luchó con fuerza para no despertar al monstruo que llevaba dentro. Hizo esfuerzos de los que no se creía capaz, para salir vencedora en esta batalla.

Al final, todo fu inútil. Fue vencida una vez más y ya no opuso mayor resistencia en su derrota. Sabía las consecuencias que se avecinaba, pero al mismo tiempo, tomó conciencia de que nada podía hacer para evitarlas.

Roberto escuchó las explicaciones que le dio sobre su problema y trató de ayudarla en lo posible. Intentaba no platicar con sus compañeras de trabajo. Le daba pormenores de su actividad diaria. Avisaba de los lugares en que se encontraría atendiendo algún asunto. En fin, trató de salvar la relación en la medida de sus posibilidades. Pero solo se logró aplazar el final inevitable.

Una vez presentes los celos, por el motivo que fuera, la ira la dominaba y todo terminaba en disgusto y escena.

Ahora estaba sola. Nuevamente sola. Trataba de tranquilizarse poco a poco. Debía pensar. Ayudarse de alguna forma, obtener la paz de algún modo.

Las pastillas estaban en el buró junto a su cama. El gas podía ser una solución también. Las venas cortadas. Encendió un cigarrillo y pensó más en calma. Estaba sola y ese sería su destino, si no encontraba alternativa de otro tipo.

Sola. Para el resto de sus días sola. Dio unos pasos hasta el espejo y miró su rostro. Ya no era joven. Una mujer madura, aún guapa le devolvía la mirada de frente. Había esperado toda su vida encontrar la dicha en compañía y en realidad había vivido sola. Bien o mal, sus mejores años estuvieron repletos de soledad y no podía quejarse de su suerte.

Se dio cuenta de que ella no era un problema para ella. En soledad estaba tranquila y era relativamente feliz. La dificultad comenzaba cuando intentaba integrar a otros en su circunstancia. Los quería totalmente de ella y de nadie más. Es imposible que alguien puede entregarse de esa manera, pero ella no podía aceptar una entrega diferente.

La condena que enfrentaba era la soledad de siempre y viéndose detenidamente ante el espejo, reconoció que la pena no era tan severa. De aquí en adelante, aceptaría su situación cabalmente. Por primera vez abría los ojos y miraba su problema sin pasión, ni pena. No podía entregar ni esperar amor, porque de inmediato aparecía el monstruo de los celos. Pero bien podía no alimentarlo. Alejar de sí el motivo de esa cólera. Nadie más entraría en su vida en adelante.

Regresó mucho más calmada al sillón. Prendió el televisor y se dispuso a ver una película cómica. Sola. La vería sola. En adelante llevaría una vida dedicada a sí misma.

Le dio hambre. Se levantó y fue a la cocina. Abrió el refrigerador y tomó un plato de pollo frío. Estaba por llegar al sillón, cuando el acceso la hizo doblarse en dos, resbalando el plato a la alfombra. Se sentó como pudo y esperó a que la risa terminara. Había decidido matar de hambre a sus celos, no alimentarlos nunca más y eso, al parecer, había despertado su apetito. El pollo le supo delicioso.

América Rubio

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